Me ha encantado. Un regalo de Yoya, y me gustó ya desde la
dedicatoria de la autora: “un abrazo anatómico, pero no forense”. La prota nace
en Madrid, unos meses antes que yo, cuando todavía Franco gobernaba fuerte, crece
en Benidorm, y vuelve en la adolescencia al barrio de la mía, a Chamberí, a
recorrer los bajos de Aurrera, la calle Fernández de los Rios, se mueve por la
plaza del dos de mayo, divino pastor, el barrio de maravillas, sus calles son
las mías. Tiene una manera increíble de hacerme revivir cosas que hasta había
olvidado, los guisos de las madres, de las tías, de las abuelas, el olor de las
piscinas en verano, de las heridas en el cole, el pupitre, el cole, las seños,
los abrigos en los percheros. Hay muchísimas cosas que la diferencian de mí,
pero las que la asemejan, me hacen pensar cuántas infancias parecidas habrá y
la maravillosa capacidad de algunas escritoras para plasmarla. No sé cómo
envejecerá, me pregunto si dentro de 30 años a Marina le hablará esta novela, o
me habla a mí porque cuenta mi infancia de una forma magistral, porque esta
novela es a mí, como Nada fue a mi
madre. Un libro que empecé a leer en Cercedilla, con el que aplasté mosquitos
contra la pared de la cama en la que dormía sola en la casa de Villa Catalina, -
Kali en Madrid y Marina en York, y que he terminado en Alicante, las tres
encimadas en este estudio de 25 metros.
Leo esa parte que narra el llorar, y llorar, y llorar sin
saber por qué, y llorar sola, y llorar para que te oigan y llorar con y sin
razón, y escudriñar los cambios en tu rostro mientras lloras. Pone en palabras
lo que tantas veces pasa por mi cabeza (111-113). Cuando lloro y me desgañito,
la boca cuadrada, las lágrimas rodando calientes por mis mejillas y esa parte
del cerebro diciendo “hala ya, bonita, cuando te hayas desahogado paras ¿sí? ¡Ni
siquiera sabes por qué lloras!”
Estar en Cercedilla, en esa casa de la infancia a la que
vuelvo a dormir por primera vez en 29 años y hacer mías, todas, una por una,
las palabras de la narradora: “volver al lugar donde pasaste tu infancia,
volver a ese falso punto de partida, a ese paréntesis, es poner a girar las
ruedecillas dentadas de un montón de verbos. Volver, reconocer, buscar,
rebuscar, evitar, comparar, recordar, presentir, temer, sospechar,
decepcionarse, sonreír, lagrimear, sorprenderse, ignorara, reparar, romper,
medir, evaluar, sopesar, revivir. Tal vez, en una palabra: reconquistar. Pero
ya no lo quiero. No, esto ya no lo quiero” (146-7).
No, yo tampoco lo quiero. Me voy contenta a pasar el mes de
agosto a la habitación de 25 metros frente al mar, sin haber reconquistado el
espacio de la infancia.
El capítulo del profesor de inglés don F. (ese obsceno que
les hace relajarse en clase y les respira en la nuca y les somete a continuos,
absurdos e irresolutos test de inteligencia para su tesis doctoral) me recuerda
a un sustituto de inglés, que nos hacía lo mismo, y vivo tanto lo que leo en
esta novela/autobiografía, que me apropio de sus experiencias y tengo que
llamar a Marifé para que me diga que no, que este no es el canario que nos dio
clases dos evaluaciones en quinto y con el que leíamos el libro de Peter and Molly. (175)
A las dos nos mandaron a Inglaterra con trece años, las dos confundimos
nuestra primera menstruación con habernos hecho caca “por delante” como le dije
asustada a mi madre que fregaba los cacharros de la cocina en la pila de
mármol. Las dos flirteamos con ser muuuucho mayores de lo que éramos a los
quince. Las dos tenemos una gata vieja que antes “era un felino agilísimo, que,
con dos saltos, alcanzaba la balda superior de las estanterías” (278). También
yo sé que la Sasha se me va a morir en los brazos, “un amasijo baboso,
descoyuntado, un trapo húmedo”. Las dos empezamos la carrera de filología en el
año 86, las dos hemos terminado dando clases en las que empezamos siendo muy
buenas y en las que hemos continuado siendo del montón porque hemos perdido la
pasión. Las dos tenemos que viajar solas a países a impartir conferencias y a
las dos nos seca el cerebro y la garganta la experiencia.
Pero ella es flaca y yo soy gorda. Ella no tiene a Marina por
la cabezonería de una promesa infantil, que yo supe esquivar con la adopción, y
aunque no lo dice, se arrepiente. Pero ella quiso ser escritora y lo consigue.
Magníficamente, pulcrísimamente, espléndidamente.
Tu reseña es como esos trailers que ponen ahora en el cine y con el que te ves media película jajajaja Tiene buena pinta, si... creo que llega un momento en que buscamos encontrarnos en nuestras lecturas. Reencontrarnos en las palabras. Al menos a mí me ocurre.
ResponderEliminarUn abrazo y felices vacaciones!
¿tú no lo has conseguido? eso es muuuuuy discutible. Jam
ResponderEliminarOpino como Chris... y que las vidas, al final, siempre tienen similitudes.
ResponderEliminarMe ha gustado tanto tu reseña que descarto leer el libro. Casi prefiero que cuentes tu vida
ResponderEliminarYa me puedo conectar tranquila. Me leeré esté libro. Seá como conocetre un poco mejor.
ResponderEliminarGracias por la reseña
Maravillosa reseña, la próxima vez que vuelva me lo compro. Me alegra verte de nuevo por aquí, se te echaba mucho de menos. Un beso muy fuerte!
ResponderEliminar