sábado, 2 de agosto de 2014

La lección de anatomía, Marta Sanz



Me ha encantado. Un regalo de Yoya, y me gustó ya desde la dedicatoria de la autora: “un abrazo anatómico, pero no forense”. La prota nace en Madrid, unos meses antes que yo, cuando todavía Franco gobernaba fuerte, crece en Benidorm, y vuelve en la adolescencia al barrio de la mía, a Chamberí, a recorrer los bajos de Aurrera, la calle Fernández de los Rios, se mueve por la plaza del dos de mayo, divino pastor, el barrio de maravillas, sus calles son las mías. Tiene una manera increíble de hacerme revivir cosas que hasta había olvidado, los guisos de las madres, de las tías, de las abuelas, el olor de las piscinas en verano, de las heridas en el cole, el pupitre, el cole, las seños, los abrigos en los percheros. Hay muchísimas cosas que la diferencian de mí, pero las que la asemejan, me hacen pensar cuántas infancias parecidas habrá y la maravillosa capacidad de algunas escritoras para plasmarla. No sé cómo envejecerá, me pregunto si dentro de 30 años a Marina le hablará esta novela, o me habla a mí porque cuenta mi infancia de una forma magistral, porque esta novela es a mí, como Nada fue a mi madre. Un libro que empecé a leer en Cercedilla, con el que aplasté mosquitos contra la pared de la cama en la que dormía sola en la casa de Villa Catalina, - Kali en Madrid y Marina en York, y que he terminado en Alicante, las tres encimadas en este estudio de 25 metros.

Leo esa parte que narra el llorar, y llorar, y llorar sin saber por qué, y llorar sola, y llorar para que te oigan y llorar con y sin razón, y escudriñar los cambios en tu rostro mientras lloras. Pone en palabras lo que tantas veces pasa por mi cabeza (111-113). Cuando lloro y me desgañito, la boca cuadrada, las lágrimas rodando calientes por mis mejillas y esa parte del cerebro diciendo “hala ya, bonita, cuando te hayas desahogado paras ¿sí? ¡Ni siquiera sabes por qué lloras!”

Estar en Cercedilla, en esa casa de la infancia a la que vuelvo a dormir por primera vez en 29 años y hacer mías, todas, una por una, las palabras de la narradora: “volver al lugar donde pasaste tu infancia, volver a ese falso punto de partida, a ese paréntesis, es poner a girar las ruedecillas dentadas de un montón de verbos. Volver, reconocer, buscar, rebuscar, evitar, comparar, recordar, presentir, temer, sospechar, decepcionarse, sonreír, lagrimear, sorprenderse, ignorara, reparar, romper, medir, evaluar, sopesar, revivir. Tal vez, en una palabra: reconquistar. Pero ya no lo quiero. No, esto ya no lo quiero” (146-7).
No, yo tampoco lo quiero. Me voy contenta a pasar el mes de agosto a la habitación de 25 metros frente al mar, sin haber reconquistado el espacio de la infancia.
El capítulo del profesor de inglés don F. (ese obsceno que les hace relajarse en clase y les respira en la nuca y les somete a continuos, absurdos e irresolutos test de inteligencia para su tesis doctoral) me recuerda a un sustituto de inglés, que nos hacía lo mismo, y vivo tanto lo que leo en esta novela/autobiografía, que me apropio de sus experiencias y tengo que llamar a Marifé para que me diga que no, que este no es el canario que nos dio clases dos evaluaciones en quinto y con el que leíamos el libro de Peter and Molly. (175)

A las dos nos mandaron a Inglaterra con trece años, las dos confundimos nuestra primera menstruación con habernos hecho caca “por delante” como le dije asustada a mi madre que fregaba los cacharros de la cocina en la pila de mármol. Las dos flirteamos con ser muuuucho mayores de lo que éramos a los quince. Las dos tenemos una gata vieja que antes “era un felino agilísimo, que, con dos saltos, alcanzaba la balda superior de las estanterías” (278). También yo sé que la Sasha se me va a morir en los brazos, “un amasijo baboso, descoyuntado, un trapo húmedo”. Las dos empezamos la carrera de filología en el año 86, las dos hemos terminado dando clases en las que empezamos siendo muy buenas y en las que hemos continuado siendo del montón porque hemos perdido la pasión. Las dos tenemos que viajar solas a países a impartir conferencias y a las dos nos seca el cerebro y la garganta la experiencia.

Pero ella es flaca y yo soy gorda. Ella no tiene a Marina por la cabezonería de una promesa infantil, que yo supe esquivar con la adopción, y aunque no lo dice, se arrepiente. Pero ella quiso ser escritora y lo consigue. Magníficamente, pulcrísimamente, espléndidamente. 

6 comentarios:

  1. Tu reseña es como esos trailers que ponen ahora en el cine y con el que te ves media película jajajaja Tiene buena pinta, si... creo que llega un momento en que buscamos encontrarnos en nuestras lecturas. Reencontrarnos en las palabras. Al menos a mí me ocurre.

    Un abrazo y felices vacaciones!

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  2. ¿tú no lo has conseguido? eso es muuuuuy discutible. Jam

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  3. Opino como Chris... y que las vidas, al final, siempre tienen similitudes.

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  4. Me ha gustado tanto tu reseña que descarto leer el libro. Casi prefiero que cuentes tu vida

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  5. Ya me puedo conectar tranquila. Me leeré esté libro. Seá como conocetre un poco mejor.
    Gracias por la reseña

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  6. Maravillosa reseña, la próxima vez que vuelva me lo compro. Me alegra verte de nuevo por aquí, se te echaba mucho de menos. Un beso muy fuerte!

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